Leí en alguna parte sobre Dog Soldiers que «una intensa perfección surca cada página por la profundidad de sus diálogos, lo descarnado del sentimiento y la crudeza de quien ha perdido la capacidad del dolor por haberlo tocado demasiadas veces». Posiblemente sea cierto, aunque creo que vamos más allá. Debemos, una vez nos adentramos en la novela de Robert Stone, entender estos términos y aumentarlos, ya que si desechamos ese camino, perderemos todo aquello que comprende la totalidad de la obra.
Una tarde soleada, cerca de una plaza que se llamaba Krek, Converse había visto con asombro cómo el mundo de los objetos se transformaba en un único y abrumador acto homicida. Por decirlo de algún modo, se había encontrado a él mismo. Y él mismo era una cosa blanda, temblorosa e indefensa recubierta de ochenta kilos de carne rosada y sudorosa. La cosa era bastante real. La cosa intentó acurrucarse bajo tierra. La cosa sollozó.
La guerra de Vietnam supuso un momento caótico en la sociedad americana —mis disculpas, opinión—, pero Stone utiliza ese momento para incluir ese caos que el mismo país de ensueño había creado para reflejar ese hermano gemelo que campaba a sus anchas, océano por medio. Momento de amor, flores y paz, una realidad empolvada que hacía de las suyas, jeringa en ristre, y que esa capacidad del dolor tomó como compañera.
Después de su experiencia con la realidad, Converse se había liado con Charmian y los de la droga; se convirtió en uno de esos que andan colocados todo el tiempo. Charmian era incapaz de mostrar el menor afecto, fría, calculadora. Se había quedado al margen de la vida de un modo que él encontró irresistible
El sueño de la frustración
Dog Soldiers refleja un paralelismo entre estos dos sentimientos; un paralelismo nada perfecto, pues las dos líneas van acercándose hasta unirse en un punto. Más allá de sentirse los amos del mundo, lo único que consiguen es perder el control de ellos mismos, cayendo en un pozo de miseria, corrupción política, droga y desesperación. Vaya plan. Stone sabe de lo que habla. Sí, hablamos de los americanos. De eso va la novela.
Desde el inicio nos adentramos en un sueño, mal sueño, pues ya los diálogos presentan una inteligencia desmesurada, cruzando la línea sutilmente y preparando al lector para un chute y un mal viaje. Una carga de tres kilos de pura heroína desde la zona bélica hasta la California más soñada. CIA por el medio, por supuesto, ansiosos muñecos anhelantes de billetes verdes. Esa mezcla siempre es sinónimo de bueno, literariamente hablando.
Y si tenemos mal sueño, el viaje va en la misma dirección. Una persecución de violencia desmedida, engaños amorosos y posesiones que valen más que la vida misma. La tensión es, en parte desagradable, en parte increíble.
Dog Soldiers, un poema muy serio y elegante
Para entender bien esta gran obra de Stone solo hay que leerla. Durante el trayecto a esa colina donde chamanes nos defenderán a capa y jeringa, el autor suelta perlitas que hace que congenies con el polvo amado, entiendas poco a poco de qué va esto.
—Por favor, señor, ¿puedo tomar un poco más? —Él hizo un gesto para indicar que había de sobra. Marge se dispuso a preparar otra raya de heroína en la hoja de papel—. Esta es de regalo, por puro placer. —Hicks comprobó el tamaño de la dosis y dejó que se la metiera—. Es un poema en sí —dijo Marge cuando le pegó—. Un poema muy serio y elegante.
Muchas veces no entendemos el devenir del mundo. Entendemos y opinamos según intereses propios sin pensar por qué lo hacemos. Sin investigarnos a nosotros mismos. Una guerra, una evasión, una raya. Dog Soldiers es un poema —entre épico y lírico— de los que hacen historia. Escribir sobre esta novela es prácticamente un reto imposible. Todo está en cada palabra. Por mucho que digamos los que escribimos sobre libros, no se puede entender si no se lee. Las grandes novelas están para leerlas y crear ese silencio; un silencio que nadie sabe y que todos defienden.
—¿Nunca has hecho algo así?
—Sí y no. —Cuando se volvió hacia ella, Marge se acercó y apretó la frente contra el duro respaldo de metal—. ¿Cómo qué? No sé lo que ha hecho ese tipo ni por qué lo ha hecho. No sé lo que estoy haciendo yo ni por qué lo hago ni de qué va todo esto.
—Es muy sencillo. —Marge se retorció en el asiento y apoyó la cabeza en la ventanilla de plástico—. Dios, creo que ahora estoy enferma de verdad.
—Nadie lo sabe —dijo Converse, seguro de sí mismo—. Ese es el principio que defendimos allí. Por eso combatimos en esa guerra.
Dog Soldiers, de Robert Stone. Publica Malas Tierras Editorial