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‘Averno verano’, de Bárbara Espinosa

Terminar de leer una novela puede provocarte dos sensaciones: la placentera visión de una tranquilidad posnovélica, esa que sonsaca una media sonrisa y, durante unos instantes, flotas en la atmósfera; o la más peligrosa caída al infierno más helado. Me gusta más la segunda, he de confesar. ¿Por qué? Muy sencillo: un final que descoloca, que produce rabia por finalizar el relato y una descabellada inquietud por conocer qué demonios le ha pasado al autor para ser tan magnífico. Hola, Bárbara. Averno verano.

Te estremeces como si te hubiera rozado un viento helado en esta noche de agosto, Tomás. Notas mi presencia, pero, aun así, quieres convencerte de lo imposible. Siempre te aseguré que volvería, que, en cualquier calle, de un año cualquiera, aparecería de nuevo, arrasando con todo lo que hubiera sucedido en ese intervalo de tiempo, durante una falsa tregua.

Estremecerse como Tomás en una noche de agosto, sintiendo un viento helado, no es fácil literariamente hablando. Más si el verano es la misma puerta al abismo cálido de la nostalgia, de las vicisitudes abandonadas que, sin que queramos, van tras nuestras huellas. Bárbara Espinosa ha abierto esa puerta al fuego del desespero y ha cerrado las alas de la huida. Estamos ante un laberinto en el que han pintado señales para seguir un camino hacia el centro del infierno.

Verano

Averno verano, libro publicado por Altamarea, la entrada al mundo de la literatura por la puerta grande de Bárbara Espinosa
Averno verano, de Bárbara Espinosa. Publica Altamarea Ediciones

El verano nos hace huir de ese maloliente destino potenciado por el calor, las ciudades desiertas y los sofocos constantes. Es el punto de reunión de todo lo bueno con lo que menos deseamos, una locura de despistes corales que, como en Averno verano, nos reúne alrededor de un patio de manzana para disimular nuestros más íntimos secretos. Me ha recordado, un poco, a una Alós más comprometida; no hay enanos, quizá estén asomados a la ventana de un oscuro sótano vigilando los movimientos de todos los vecinos e intuyendo lo que deparará esa vida de supervivencia.

Arde el barrio de El Retiro en pleno verano, y te refugias en un portal. Qué peligroso es adentrarte en un portal en verano, un espejismo de protección ante una vida de deshechos y de peligros. Son cinco las puertas que se abren y se cierran como si fueran fuelles que avivan las llamas de la venganza, el recuerdo, la soledad. Cinco personajes que comparten edificio, pero también infierno. Y es que el diablo, el sexto en discordia, está esperando tras la puerta y encandila… Y nos casamos con él en fiel matrimonio.

El oficial dividió de manera desigual los billetes que le habían entregado los tres amigos, introdujo una parte en su bolsillo y arrojó la otra hacia la chica. Por un momento, Tomás deseó descubrir en sus ojos un destello de avaricia, de satisfacción ante un objetivo alcanzado. Se detuvo en un flanco de la puerta mientras los cuatro amigos avanzaban al encuentro de Nicolás. Cuando la víctima sin nombre alzó la cabeza, Tomás se encontró con una mirada muerta, que no dejaba traslucir emoción alguna. Sintió un profundo escalofrío que nunca lo abandonó.

Un escalofrío que quema. Llegar al final del verano en Averno verano es quemarte en tu propio estremecimiento. Es sentir la llama de la desesperación porque, por una parte, no quieres seguir en combustión, pero por otra no puedes abandonarte; no quieres abandonarte; vas de la mano, y el final es esa puerta que quema —y que te protege desde el engaño.

Averno

Narrativa coral de gran magnitud en dosis pequeñas. Cinco almas perdidas en las calles de Madrid sufriendo la locura de sus destinos. Huir del infierno para llegar a una madre patria convertida en sucursal del averno, madre e hijo. Me gusta ese anagrama. La búsqueda de una vida mejor se convierte, qué diablo no se terciaría, en el olvidado pasado de chapa y ladrillo que vive en el cuarto. Una travesía por el aire en compañía de la amargura desquiciada del sexto. Y ese aliento tras la nuca, de buena familia y repudiada porque no es tan bueno ese nido del cuco.

Bárbara Espinosa ha atado, o no ha querido desatar, ese hilo que une lector-historia-personaje con una técnica que roza la odiosa perfección. Presencia de mi querido diablo, se nota. Tras habitar ese sótano y convertirme en el portero de turno, vivo asomado al alféizar de la ventana, único aire que respiro, para poder vislumbrar claramente esa silueta que mantiene los ojos abiertos. Nunca será él quien me proteja, pero me ofrece la mano. Da igual que venga de Colombia, del barrio de Salamanca o de Tokio en primera clase; simplemente me dejo llevar y me mantengo firme ante el abrasador Averno verano.

Caminan juntos hacia la gran puerta de la avenida todavía desierta; Gladys, con la bata de la limpieza, David Luis todavía en pijama. El hambre de ambos aplacada por el miedo, pasos ligeros sobre el asfalto, pasos de aquellos que nunca quisieron dejar ninguna huella.

Averno verano, de Bárbara Espinosa. Publica Altamarea Ediciones