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‘No hay bisontes en los valles de amapolas’, de María Jesús Puchalt

Sé escribir, soy consciente, y no pocos me han insistido en que emprenda ese camino; pero atreverse con una narrativa como la que encontramos en No hay bisontes en los valles de amapolas es para valientes. Y, creedme, soy un cobarde. Transmitir tanto sin caer en la brusquedad, el barroquismo literario y —llamémosle así— la pedantería de la palabra solo lo saben hacer unos pocos. María Jesús Puchalt puso su empeño. Vaya si lo consigue. Completamente.

 Siempre caigo en los mismos estereotipos: resulta difícil escribir sobre un libro que lees, no encuentras palabras para describir aquello que transmite… Dejémonos de tonterías. Estamos ante una novela de las que hieren, de las que no dejas atrás, las que adoras, las que sientes. Para que nos entendamos, No hay bisontes en los valles de amapolas nos reconcilia con la esperanza de esa buena literatura que muchas veces nos deja huérfanos, «al igual que sucede con la última página de un libro que no sabemos cerrar». ¿Verdad, María Jesús?

De la vida y su felicidad

Y con los cascos puestos, Rosalía y yo nos dormimos escuchando a Mecano. Ella pensando en sus cosas y yo con el recuerdo de los ojos de lluvia de mamá y su pelo color azafrán. Había tenido muchos cumpleaños desde que murió, pero ninguno que me pesara tanto como aquel. Ya tenía dieciocho años y me pregunté si era feliz. Supongo que, en parte, de eso trata la felicidad, de preguntarte si lo eres.

Campo con amapolas

La vida. La felicidad. Cuántas veces nos preguntamos de qué trata la felicidad. No hay bisontes en los valles de amapolas nos ofrece la templanza para seguir adelante, el descubrimiento de la vida en el camino a la madurez; la verdad disfrazada de llanto, de risas, de amores, de inseguridades. Bisontes y amapolas, qué dos bellos elementos. Denotan fuerza, majestuosidad y bravura unos; ellas, belleza, frescura y tranquilidad. Como ese tapiz en el cabecero de la cama de su madre. El amparo a la adversidad.

La vida de Blanca es, desde su niñez, un vaivén emocional como muchos, una montaña rusa que, al pasar a tu lado, te engancha y somete para que acompañes a esta dulce niña en su camino. Un camino muy parecido al de su abuela Pepa no solo por las situaciones, sino por el apego a su abuelo y marido de. ¡Ay, Blanca, si hubieras sabido! Si hubiéramos sabido, es cierto.

María Jesús, ¿qué hubiera sido de nosotros si no hubiéramos vivido la vida de Blanca? Una pregunta más, tal como otra. La vida, disfrazada de mentiras por venganza, conlleva sacrificios que desembocan en noches en vela, en traición, en soberbia, incluso en maltrato. Secretos que impiden una despedida, huidas de un abuso de poder psicológico que tensa las manos mientras sujetas el libro. Sí, querido lector, este párrafo es el libro; una parte de su esencia, más bien.

De la poética del lenguaje

Cuencas de ojos saltones con párpados salpicados de colores chillones azules y verdes me seguían al alejarme calle arriba. Quizá en otros tiempos brillaran como luceros, embelesando a más de un alma sedienta, como auténticas diosas del placer, pero ahora no eran más que ojos ribeteados por el alcohol y el vicio, decrepitud maltrecha a la puerta de burdeles apuntalados por imaginarios pilares de porquería.

Sin palabras de más. La dulzura en la narración alcanza la calidad, muchas veces, de sublime. No, no me he desviado de la novela. Hay maneras de hablar desde la pluma, formas distintas de expresar el paseo por las palabras bien elegidas y colocadas conscientemente. Pasear por las páginas de No hay bisontes en los valles de amapolas significa acariciar los pétalos rojos de una amapola al mismo tiempo que el tallo áspero lima la tranquilidad del ritmo.

Qué sería de esa perfección sin el dinamismo y la potencia de un diálogo. «Yo no me fiaría de ella, tiene malas pulgas hasta en el dobladillo de la falda». Unir todos estos detalles emplaza el todo en el centro del objetivo. Misiles que atraviesan el cielo para caer en el punto exacto, creando así el impacto deseado. Eso es leer esta novela: poética, lenguaje y diálogo. El todo.

De los personajes y la historia

No hay bisontes en los valles de amapolas, de María Jesús Puchalt. Publica Editorial Sargantana

«—No, querida —se apresuró a contestar Pepa—, no tenemos cacao. Además, te saldrán granos y eso afea mucho el rostro de las jovencitas. —Blanca se tomó el tazón de leche sin mojar las galletas; ese gesto reconfortó a Pepa—. Veo que las monjas de Teruel te han educado bien. Una señorita no debe mojar las galletas ni ensuciarse los dedos.

No es más que el inicio de una relación amor-odio. «Amarás a Pepa, por mucho que la odies ahora», me dijiste una noche, entre copa y cigarro, en la puesta de largo. ¿Recuerdas? No se puede odiar a ningún personaje en No hay bisontes en los valles de amapolas. Ni siquiera a Ignacio, fíjate. La historia precisa de todos esos elementos, con más simpatía o con menos. No hay papeles sobrantes; ni ese hecho histórico que desvela cuán ruin es la desgracia humana. Ni siquiera ese.

La historia marcó una línea de salida para todo lo vivido en la novela. Cada personaje es ese punto de avituallamiento para que la lectura siga su curso. Desde la descarada Engracia hasta Sagrario, con su chinchón y sus boleros. Desde la ligera Inmaculada hasta el encantador Leandro. ¡Qué café tan bueno debía preparar!, ¿verdad? No hay nada como saber llegar al punto exacto, sin sobrepasarse, sin quedarse corto.

Blanca, la niña apenada por dejar su Teruel preciado, sus más queridos tesoros. Esa cumpleañera de dieciocho años que se niega a abandonar su inocencia en su propia melancolía. La mujer que sufre, se engaña, humillada. La valiente. La mujer. La historia. Valiente en su afán por devolver el amor a aquellos que sufrieron, que supieron sufrir. El todo, querido lector.

De bisontes y de amapolas

Qué bellos elementos. María Jesús Puchalt ha obrado en consonancia con su concepto de narrar, de contar una historia. Para ella, escribir es vivir. Dicen que un escritor plasma en sus escritos parte de su personalidad. Leer No hay bisontes en los valles de amapolas es tomarse un café con ella, hablar, absorber esa energía desde la tranquilidad del tono de su voz. Esa es la frase; o parte.

«La energía que transmite desde la tranquilidad del tono». Magnífico. La otra parte de la frase quedó arriba, en uno de los fragmentos de este escrito. Porque, sinceramente, querido lector, hay algo en esta novela que me impide cerrar el libro tras leer la última página. Querida María Jesús, creo que con esta frase lo digo todo. Me niego a quedarme huérfano. Prefiero quedarme acariciando las amapolas y observando esos bisontes.

No hay bisontes en los valles de amapolas, de María Jesús Puchalt. Publica Editorial Sargantana.