Abstinencia total, vida plena, felicidad… ¿Por dónde empiezo yo a construir todo eso? Es más, ¿cuánto voy a tardar? Han pasado ya unos días desde la última vez que bebí y siento que el tiempo no avanza, que no sucede nada, que la vida como tal se ha detenido. No soy capaz de decir qué hora es ni en qué día estamos. Mi mundo es un desastre indescriptible.
La vergüenza es la vida, el mundo y el desastre que pasan desapercibidos para muchos y constatan una realidad pavorosa para otros no tan escasos en número. Es literatura de interiorismo humano, de miedos continuos por no tener un destino; o si se tiene, no ser capaz de asumirlo. Narrativa llana, sí, pero cuesta abajo. Como en ese otoño en el que vive anclado nuestro querido amigo; anclado en amistades borrosas y antros de dudosa calidad alcohólica.
La vergüenza hace que tiembles
Tiemblo. Esa es la primera palabra que nos encontramos al abrir la novela. Cristian Fulaș ya nos desvela el todo, aquello que vamos a tener que controlar mientras aceptamos que la vida es una lucha constante por ser libre sin convertirse en esclavos de la libertad. El pozo en el que está sumido nuestro querido amigo no tiene agua en su fondo. Pero ahoga más sin tenerla. Pasamos de una felicidad inconsciente, debida al licor más barato y a la farmacia más surtida, a la tristeza de darte cuenta de que tu vida no vale nada —porque no la tienes— a no ser que te ofrezca la mano el bueno de Lică.
Por ahora, aquí me quedo con mi cerveza en la mano escuchando la noche, mi mejor amiga desde siempre, el único momento en que me siento a salvo. El día es peligroso, te sorprende cuando menos te lo esperas; la noche es siempre segura, tranquila, solitaria.
Fulaș nos muestra el camino para llegar a la tranquilidad. Temblar no es sinónimo de frustración, sino de caminar por una pedrera que, poco a poco, se va convirtiendo en una colina llena de hojas secas. Ese otoño del que hablaba antes, que nos recuerda esa transición hacia un destino desconocido. El paso del tiempo hace que dejemos de temblar y que nuestro interior —taza de café y cigarro en mano— se vaya acostumbrando a un futuro en el que no tenemos nada, solo la certeza de que debemos construir.
Y hace que vuelvas a caer
La vergüenza es ese debate entre nuestro ángel y nuestro demonio. El Pepito Grillo irónico que se ríe de cualquiera en sus narices. Fulaș nos lleva por la desgracia irremediable de no ser nosotros mismos. Hay una parte de la novela que te eleva a la desesperación máxima. Qué genio este Cristian. Frases inconexas, sin descanso alguno para respirar, hacen que tu cabeza se inmiscuya en ese viaje loco de nuestro querido amigo mientras cae de nuevo en el pasado bañado y esnifado.
He inventado un nuevo tiempo de indicativo: el pluscuampresente, un estado de indecisión permanente, de preguntas sin respuesta y peticiones saldadas con rechazos; un tiempo que me divierte y me cabrea a partes iguales, pero que es mío y solo mío. Y por ahora he decidido mantenerlo. Así pienso vivir: sin arrepentimientos y sin futuro, en el pluscuampresente de una situación que ni siquiera me conviene.
Diversión y cabreo. Dos nuevos términos definitorios, de esos que te llevan a levantar la botella y maldecir a quien inventó esa bebida por el sentimiento de culpa posterior. A través de La vergüenza recorremos una senda en la que tropezaremos con la piedra más dura que existe: la desconfianza en uno mismo. Sentirse decepcionado por todo, abandonado —ojo, por uno mismo—, inútil y sin vida es la línea que sigue Fulaș utilizando un humor tímido, inteligente, al mismo tiempo que describe sin dificultad la crudeza de la realidad.
La vergüenza se lee
No sé qué me ha dado últimamente con los autores del Este, pero estoy encontrando una forma de narrar totalmente especial y, desde mi punto de vista, exquisita. Atenerse a una narración en la que, según muchos, «no pasa nada», pero que en realidad ocurre lo contrario. De manera sencilla se puede crear una historia que profundiza en la mente de cada uno, que te hacer pensar en la debilidad personal y en una búsqueda de escape que sabes que te lleva al fracaso como ser humano.
No hay nada tan inquietante como tener que construir a partir de la nada. O, mejor dicho, no hay nada tan doloroso como la idea de renunciar a todo lo que alguna vez has sido en nombre de un bien incierto, remoto y escurridizo: hacer tabula rasa con tu pasado —que, por muy alejado que esté, no deja de representar lo que eres— y emprender un camino que ni siquiera conoces.
La vergüenza es una muestra de buena narrativa, de lección humana, de realidad inquietante y la prueba de que Cristian Fulaș no es más que un hombre que escribe, narra, entra y hace que la lectura merezca la pena. Por mucho que el futuro sea incierto, que tu pasado forme parte de ti: caes, puedes levantarte, pero no olvidemos que es duro. La novela lo es, aunque no lo creamos. Pero también es magnífica.
La vergüenza, de Cristian Fulaș. Publica Automática Editorial