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‘Solos en Londres’, de Sam Selvon


Solos en Londres es una emigrante secuencia llena de realidad. Abandona el calor del clima antillano para refugiarse en una habitación caldeada a base de chelines y alimentada de arroz y guisantes. Es un baño de niebla, espesa y oscura, que abriga la soledad y la incertidumbre de aquel que busca una vida mejor. Su casero, Sam Selvon, abre las puertas del trinitense afincado en Londres para mostrar al mundo su literatura atemporal.


Eres lector. Buscas un nuevo libro. Estás expectante: temática, fuerza, interacción, palabras. Entonces, coincides en un pasillo de una librería con Sam Selvon y comienzas a hablar con él sobre estos aspectos. Su inglés tiene un acento especial, notas que es uno de esos «chicos» que «pelean» por hacerse un hueco. Después de unos pocos minutos, te encuentras sentando en una terraza de un bar de la esquina, una taza de té caliente entre tus manos, escuchando, y piensas si también has venido en ese barco.

No hablo del Londres de la posguerra, «el tango dice que veinte años son nada, y sesenta deben de ser tres veces nada». Si hacemos caso a Enrique Maldonado Roldán —merece mención, más tarde volverá—, todos hemos sido «los chicos» un día. Y seguimos siéndolo. La literatura viene rodada, pero también sufre lo suyo. Solos en Londres hace burla a ese cinismo de la sociedad comprometida, empapela las paredes con la ironía del movimiento pro-derechos. Conozcamos a «los chicos».

Emigrante, no hay camino

Imaginémonos por un momento que bajamos de un tren en Waterloo. Una ciudad que desconoces, que promete un bienestar fingido, y «peleas» por que ese fingimiento se convierta en, simplemente, una apariencia. Hablamos de temática, es cierto; una cruda realidad, siempre en portada, dándonos con la porra de la conciencia intranquila y la hipocresía con megáfono: la migración. Sam Selvon narra la migración en la década de los cincuenta de antillanos en busca de un futuro al que plantarle cara.

Como una vez cuando los periódicos dicen los caribeños piensan las calles de Londres tienen alfombras de oro, un tío jamaicano fue a la oficina de Hacienda por preguntar algo y la cosa primera que el funcionario dice es: «¿Vosotros es que pensáis que las calles de Londres están cubiertas de oro?». Los periódicos y las radios mandan en este país.

La atemporalidad, después de leer este fragmento, está más que corroborada. Temática y fuerza. Nos vamos a encontrar, durante poco más de ciento cincuenta páginas, Solos en Londres buscando trabajo, aceptación y, lo más importante, un lugar donde dormir —ya no vivir—. Estamos ante un estudio ficcionado de sociología, un verdadero desgrane de la identidad humana desde varios puntos de vista. Sí, todos antillanos, pero diferentes. Esa es la fuerza de Selvon. La temática, por sufrirla, como la verdadera visión.

Una verdadera visión que Selvon proyecta desde cualquier ángulo. Nos integramos plenamente en una sociedad que rehúsa abandonar las raíces, que intenta sobrevivir a miles de kilómetros en su propio entorno, sin olvidar que, bien su color de piel, bien su mal perfeccionado inglés, van a ser puertas cerradas que deberá abrir con cautela. Seguimos con los bailes, el amor, el flirteo y el descubrimiento de nuevos horizontes. Todo ello es cierto, sí; pero en todo el mundo se cultivan habas por cocer. Mal de muchos, consuelo de tontos.

—Ojalá que tiene montones de otros tíos como tú —dice Moisés—, pero muchos parásitos embarran el agua de los chicos, y estos días, cuando un negro hace algo mal, señalan a todos. Así que no esperas que van tratar a ti como nadie especial: por ellos tú vas a ser solo uno más de estos jamaicanos negros que vienen a Londres pensando las calles tienen alfombras de oro.

Soy como tú

Solos en Londres, de Sam Selvon, y publicada por Automática Editorial. La traducción de Enrique Maldonado nos traslada al interior como antillanos recién llegados.
Solos en Londres, de Sam Selvon. Publica Automática Editorial

La supervivencia en un mundo extraño. No olvidemos, por mucha empatía con Moisés o con «los chicos», con Tita o Agnes —violencia de género que pasea con toda la normalidad por las calles de la época, no importa el país—, que estamos ante una ficción emigrada. Hay que saber coexistir con el «donde fueres, haz lo que vieres», haciéndole frente a la enemistad, a la crítica de tus propios o a ser señalado por racista de tu propia raza. La picaresca, la mala intención, aparece donde menos se lo espera. Solos en Londres no está exenta, quizá por eso la atemporalidad que Sam Selvon subraya sin proponérselo —o sí— hace que la novela sea exquisita y socialmente reivindicativa.

Muchas noches piensa cómo tantos antillanos están llegando y eso da más miedo a él que a los ingleses, porque Bart tiene miedo que hacen las cosas difíciles en Inglaterra. Si un tío es muy negro, Bart no está mucho con él, y no quiere que vean a él en la compañía con los chicos, siempre tiene un aire de vergüenza cuando está con ellos en público, mira por alrededor como si va decir: «Estoy aquí con estos chicos, pero yo no soy uno de ellos, mira el color de mi piel».

Saberse en un infierno helado significa aferrarse a diversos clavos ardiendo. Solos en Londres es un viaje infinito a la convivencia antillana, a la sociedad instaurada desde Puerto España y evolucionada hacia la necesidad de cazar palomas en el parque londinense más cercano. Es sentirse fuera de tu casa y durante años, seguir teniendo la misma sensación. Es la ayuda a los tuyos a construir su futuro —¿mejor?— si cruzar el tuyo en su camino. Es todo esto y mucho más; aquí viene la guinda.

Hablar el buen inglés

Nunca hago mención, es parte del trabajo editorial —poco reconocido, es verdad, y debemos mucho a su labor— de quién, realmente, nos hace vivir estas historias, además del autor, por supuesto. Hablar bien inglés. Leer bien en inglés. Digamos, traducir bien del inglés para que leamos lo que se escribe bien en inglés. Ha aparecido un nombre al inicio de este artículo. Y merece un poco de atención por una labor más que exquisita, arriesgada y «antillana».

Para los más clásicos, leer Solos en Londres será un suplicio, lo sé. Esta novela es algo excepcional y exquisita por dos razones básicas. La primera, porque el gran Sam Selvon ha querido transmitir toda la esencia temática escribiendo con la sintaxis, el vocabulario y las estructuras propias del emigrante —suena a canción—. Más allá de la temática, fuerte e intencionada, desgrana las vicisitudes con el humor negro, sí, las torpezas y las indignaciones propias. Meta: empatizar en grado máximo, integrarse y formar parte de «los chicos». Maestro.

La segunda: todo lo transmitido por Selvon, sin perder nada, traducido al español. Os habréis fijado en cómo están escritos los fragmentos plasmados. No son erratas; es la esencia propia de la obra. Traslademos la mirada unas líneas arriba, al párrafo anterior. Todo aquello que Selvon utilizó como arma para desarrollar una de las grandes obras de la literatura del XX, Enrique Maldonado lo traslada a nuestra lengua. Difícil, angustioso y, sobre todo, arriesgado. «Los chicos toman la palabra», y en este caso Maldonado lo transcribe perfectamente.

Los chicos están Solos en Londres

Solos en Londres te descubre una realidad muy directa. No es fácil de leer, quizá verse en la piel de Galahad, de Bart, de Harris, de Gran Ciudad, Tita y la Mama, Tolroy o el mismo Moisés, nuestro guía y anfitrión, resulta ser crudo. Trabajamos siendo explotados por siete a la semana, trapichearemos o cogeremos un sofá del rellano fingiendo que el casero nos lo ha dado. «Cazaremos» piezas blancas porque besar a un negro en Año Nuevo les da suerte. Pero no volveremos a Trinidad. Seguiremos siendo antillanos en tierra extraña. Pero habremos estado Solos en Londres. Y eso es todo un honor, como veteranos londinenses.

En la tristeza del invierno, con la mano tocando el espacio como el palo de un ciego en la niebla amarilla, con hielo en el suelo y un frío que enfrenta todos los esfuerzos por estar caliente, los chicos van y vienen, trabajan, comen, duermen, van por la gran metrópolis como veteranos londinenses.

Solos en Londres, de Sam Selvon. Publica Automática Editorial