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‘Los enanos’, de Concha Alós

Los enanos, tremendista sin serlo —o más bien realista, al gusto— nos traslada a la supervivencia de la miseria, a una posguerra de patio de luces lleno de ratas, comidas de domingo pensionado y vidas malgastadas de inquilinos dispares. Todos con un aire denso que respirar y que la pobre señorita María dibuja en un diario mientras suspira por un pasado de corazón roto. Bienvenidos a una literatura de premio.

Me he escapado de mi vida. Soy una figura pálida que no tiene futuro ni presente, solo pasado. Es lo que me une con estas gentes que viven en la pensión: ninguno vivimos el presente. Todos vivimos un pasado. Somos ratas que no pueden escapar de la negra cloaca para mirar la luz.

¿Por dónde empezar? ¿Las cloacas? ¿Por las ratas? ¿La supervivencia? Quizá por el pasado. No lo sé. Terminas de leer un libro y quedas pensativo. Eso es lo que importa. Revives, entonces, ese pasado que recuerdas, esas memorias que te cuentan en las sobremesas de las copiosas comidas familiares de domingo, con restos de paella en el mantel y cucharas untadas de vainilla con canela. Te imaginas esa pensión de la señora Eloísa y la picaresca desenfadada en el centro de una ciudad. Caen las hojas de los árboles; no sé por qué el pasado me recuerda a las arboledas en otoño. Estamos en otoño, quizá por eso.

No le dieron el premio gordo porque ya estaba en contacto con alguno que quiso que Los enanos fueran suyos. No me extraña. En absoluto. Yo también los hubiera querido. Me imagino a la señorita María, sentada al lado de la ventana en la mesa del comedor, escribiendo el pasado de cada uno de los inquilinos, anotando el sentir de la angustia disfrazada. La tildan de tremendista. No lo creo. Fíjate, a mí me da más por una oda a la supervivencia.

Supervivencia

Los enanos, de Concha Alós. Barcelona de posguerra y literatura de alto nivel.
Los enanos, de Concha Alós. Publica La Navaja Suiza Editores,

Concha Alós demuestra una capacidad abrumadora de narrar, de escribir, de plasmar. Hay un aire de libertad expresiva en su literatura que lleva al lector a trasladarse a ese pasado como si lo viviera hoy en día. Los enanos nos muestra un compendio de personajes variopintos, desagradables en su mayoría, que luchan entre ellos por salir de ese estado de oscuridad individual. Las envidias, la tacañería y la soberbia presumida entran en acción cada mañana, sin importar sexo, raza o edad. La imagen de Francisco, con churretes de chocolate por las mejillas y moviéndose por debajo de la mesa, me persigue.

Cada uno vive como puede, se hospeda como se lo permiten y come de milagro. Una realidad contada desde la pensión Eloísa, casera descarada y pilla, que intenta sacar provecho de cualquier vuelta de tuerca que se precie al segundo. ¿Tremendista, Álós? Quizá más viva que ninguna, libre de escribir como María, con la única diferencia que nuestra querida Concha no intentaba evadirse a una realidad paralela de corazones, pasados y muertes. Tal cual era, sin duda, sin remordimientos ni miedos.

Después… Pasaron los días y los años y los siglos: en un vagón de ganado iban, los judíos, comprimidos. Las ventanas las condenaron con travesaños de madera para que no pudieran respirar. Los de dentro gritaban, suplicaban que quitaran los travesaños. Pasaron horas y el tren corría, el calor aumentaba. Pasaron dos días. Alguien buscaba a alguien entre los judíos encerrados en los vagones. Carne de ganado. Ganado sin valor. Cuando abrieron las puertas cayeron, con un golpe seco, como montones de estatuas demasiado rígidas. Los rostros amoratados. Todos muertos.

El gigante y los enanos

Para entender bien la premisa de Los enanos debemos considerar ese gigante que nos dirige o, más bien, nos influye: el mundo, ese gigante. Para enanos ya estamos los demás. Como bien dice María, enano es Mohatá, con sus luchas sin parné; enano es el pobre sefardí, ladrón de intercambio para poder vivir una vida; enana es Sabina, librepensadora de fácil anillo por un título de señora. Si nos damos cuenta, Alós solo está contándonos cómo son esos enanos, cómo somos los enanos ante un gigante que sigue girando y que, en muchas ocasiones, nos ofrece ratas, cucarachas en la cocina y chanchullos engañosos para llevarse algo a la boca.

Si pudiéramos romper a mordiscos estas ataduras y así, libres, escapar hacia los caminos claros. Volver atrás en el tiempo. Huir, locamente, alegremente, de ese gigante que nos fuerza a ser lo que somos y nos obliga a andar por donde él quiere. Somos enanos rodeados de enanos, y los gigantes se esconden para reírse.

Vivir en la pensión es retar al gigante y sobrevivir. María, nuestra querida señorita, es la que más lucha desde la pasividad de la palabra. Observa y ve el gigante desde la mesa, frente a su cuaderno, evadiéndose a un pasado de rejilla oxidada, de deseos que no fueron ni vinieron. La realidad está frente a ella, y es consciente de ello. Cuando no se evade, la frescura de la retransmisión es tangible, incluso cómica: los inquilinos lo merecen. Pero esa especie de red del pasado envuelve, como un gigante, todo lo que realmente importa.

Yo solo quiero hablar de un gigante: Concha Alós. Sí, perdonad que me tome la libertad de opinar. Los enanos es la prueba de que Alós no es un enano obligado por ningún gigante. Su narrativa es la fuerza que combate ese gigante, que muestra su independencia de palabra, que dirige el tremendismo hacia un realismo potente. Vivimos todos en esa pensión Eloísa, no importa si en la posguerra o en la presencia. Solo que después de leer esta obra, me siento menos enano y más gigante, aunque a su lado, seguiré careciendo de tamaño.

Los enanos, de Concha Alós. Publica La Navaja Suiza Editores,