Descubrí a Georges Arnaud hace unos nueve años, cuando buscando en rincones llenos de libros negros y alcohol del bueno, alguien que sabía lo que hacía lo puso en mis manos. Sí, hablo de El salario del miedo. Desde ese día no he dejado de preguntarme si la ansiedad, el pánico y el miedo es factible a la hora de disfrutar de un libro. La respuesta la encontraría nueve años después, en el preciso instante en el que cierro la novela por segunda vez.
Ya en su momento escribí unas líneas sobre la novela. Vais a permitir que rescate ciertos fragmentos, pues las comparaciones, en este caso, lejos de ser odiosas, son más bien complementarias.
Más fuerte, más fuerte sobre el pedal. Y, sin embargo, no demasiado fuerte. Al pisar, Gérard siente en la espalda, en todos los huesos de su cuerpo, la masa del explosivo, que, a causa del impulso, se afianza contra la pared del contenedor… y cada molécula presiona sus venas. Él mismo se siente empujado hacia delante; la sangre le golpea en los oídos. No puede ser la fuerza del freno. Debe de ser el miedo.
El miedo
Voy a escribirlo con todas y cada una de las letras: «acojonante». Solo una norma, y es asumir la semántica del adjetivo de la manera más literal posible. Eso es, miedo. Una narrativa que estremece a cada palabra, a cada imagen, una literatura que provoca el sudor frío del padecimiento, de lo desconocido, de la huida frustrada. Hablamos de la literatura que hace que te olvides de tu nombre, de la que da igual que te llames Gérard, Bimba, Hans, Luigi o Johnny, porque saltas cada vez que la oscuridad narrada te envuelve en la lectura, y que sabes que no vas a escapar de ese laberinto que es la pesadilla en la que estás, para que sepas lo que es temer.
Un viaje más que peligroso, transportando toneladas de nitroglicerina en sendos camiones por carreteras llenas de obstáculos, baches, bajo unas temperaturas propias del mismo infierno, y como única solución al incendio de un pozo petrolífero en Guatemala. Al mínimo descuido, salta todo por los aires. Y un precio, un salario elevado, eso sí. Un seguro de vida, o de muerte, según con los ojos y la desesperación que se mire.
El miedo. Está ahí, sólido, presente y estúpido, no hay manera de escapar. Fuego en el culo, y no poder correr. Solo que el miedo se puede rechazar; una carta de recomendación del Diablo, y se rechaza.
Más allá del salario
Georges Arnaud juega con el término miedo. No solo corremos peligro sentados en un camión en el que, posiblemente, saltemos por los aires. Es el miedo a saltar, propiamente; el miedo a quedarte estancado en un lugar que no tiene nada que ofrecerte. El salario del miedo es el precio de temer. A la muerte, quizá no; a mirarla a la cara. Hasta el más católico miente para engañarla —¿el cura tiene miedo a morir o a perder su riqueza o posición?—, le importa un carajo su feligresía.
El miedo es no dejar atrás una vida de miseria, o no perder la comodidad de estar acompañada, por muchos suplentes que se precien. O perder un dólar de tus ganancias a costa de la vida de cuatro miserables. ¿Qué son cuatro desgraciados al lado de unos cuantos pozos de crudo? El fuego es quien manda, y estamos a su servicio. Y la mujer, nada, le decimos que fue un accidente y que no sabemos mucho más.
No solo es el miedo el que dirige la orquesta. También sopla el aire y hace que las notas salgan. Hay que ser un grande para, con solo una palabra, retratar lo más mísero del ser humano, de una sociedad y de la vida en sí misma.
Pero, si el explosivo salta primero, el miedo se verá burlado, tendrá que irse con las manos vacías, habrá llegado demasiado tarde. Y sin embargo allí está, agazapado a tu espalda, con las ruedas traseras bajo su vientre de animal azul, de verdadero apocalipsis; allí está, dispuesto a saltar.
Hace nueve años…
Presenciamos una novela ruda, brutal, rápida. Arnaud solo tiene una salida, y es utilizar el tono más cruel y devastador desde el inicio, con una intensidad rítmica que hace de la taquicardia lectora una bomba de relojería. La nitroglicerina te la inyecta en vena, con una violencia masiva tanto en vocabulario como en imágenes. Pero todo tiene su razón de ser. La intención de plasmar la desesperación y la muerte como punto de referencia del miedo, lleva a introducir en la narración la faceta más animal del hombre.
Arnaud pinta al macho, a la fuerza viril como una reacción al temor a no ser, a perder, a sufrir. Reacción al miedo de no conseguir ese salario tan sustancioso, que eliminará cualquier rasgo de frustración, miseria, degeneración, y destrucción personal. La brutalidad verbal por bandera, los comportamientos que desbordan la valentía para adentrarse en la locura de los personajes, la degradación alcohólica, y la lucha por sobrevivir sin sentir nada, acompañan al lector hasta el punto de no saber si la vida es capaz de jugarte esa mala pasada, si realmente eres un cobarde por no llorar ante la muerte, o la muerte es tu compañera de viaje y te impulsa a actuar de la manera más primitiva y cruel, dispuesto incluso a pisar a un compañero para no morir, para dejar de sentir ese miedo aterrador. Es cierto, eres tú el que vive esa historia. Es el lector el que está realmente acojonado.
El salario del miedo no invita a leer. Secuestra la ansiedad y pide como rescate el intenso sentir del lector, sin miramientos, pide todas las sensaciones posibles para poder liberar al rehén. Quizá todo a mi alrededor se volvió oscuro, como la noche. La única luz, la de la lamparita de lectura, que me pareció en más de una ocasión la llama de ese pozo petrolífero, que ardía quemándome totalmente por dentro. Georges Arnaud transmite todo. El salario del miedo es, realmente, «acojonante»
El salario del miedo, de Georges Arnaud. Publica Editorial Contraseña