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‘La tercera clase’, de Pablo Gutiérrez

Leer muchas veces significa trasladarte mentalmente a un mundo donde vives la historia. Donde hueles el humo del porro del que está en el banco de al lado en la plaza, junto a los soportales. Donde sientes cómo la pobreza —no material, por supuesto— penetra en tus entrañas. Te sientas en la última fila y ves la poca vida que queda traspasar la puerta del aula. Pero Valme ya no está. No acudirá más a La tercera clase.

El instituto no era un lugar donde nadie viniera a aprender nada, el instituto era un centro cívico o un mentidero o un mercado persa, una extensión de los soportales. En el patio se prolongaban las costumbres de un narcoestado donde los rasgos estaban tan bien establecidos que nadie intentaba tomar ninguna ventaja.

Si tomas ventaja, no sales de La Broa. Pablo Gutiérrez marca la pauta en un coralismo literario excepcional, en una novela que hiere, un cuchillo de filo mellado, con motas de óxido. Herida contemporánea, cicatriz atemporal. Una narrativa de barrio pobre, anclado en el progreso fugaz y en el vivir más mal que bien. Era más o menos así, si no recuerdo mal: «Si el hachís entra por la puerta, el progreso sale por la ventana».

La tercera clase

Reflejar la dureza de la vida en una novela, casi siempre, resulta fácil. El problema viene en el cómo. Todos conocemos barrios pobres, en los que la droga y la delincuencia toman la corona y se sientan en el trono; agallas faltan para quitarlos de ahí. Cambia la cosa cuando son adolescentes. Más allá de la ficción del Trainspotting o The Young Team (esta última también es chunga), sentir que eres cada uno de esos chavales de La tercera clase es complicado.

Con el libro en la mano, no dejé en ningún momento de ver escombros, como una capa flotante en la percepción de mi realidad, de ver caras de miedo convertidas en valientes machotes y aliadas mujeres orgullosas de aspirar a más. Un minuto respirando vale más que cualquier otra cosa en el mundo; sobrevivir es callar, no saber. Y aquí, en La Broa, un instituto no es más que una extensión del juego.

La tercera clase, de Pablo Gutiérrez, un paseo por La Broa, barrio en degradación con una vida realmente real.
La tercera clase, de Pablo Gutiérrez. Publica La Navaja Suiza Editores,

Los malos, los perdidos, los que no saldrán nunca de La Broa; como mucho, terminarán guardando combustible en el sótano del tercer bloque. Qué ironía, cuatro bloques de desgracia que se construyeron pensando que daría votos y sería el Jardín del Mar. Una colmena de pura realidad en un barrio marginal. Reflejar todo eso en una novela es muy difícil. Hacerlo bien, claro está. Metiéndote en los bloques. Siendo el profesor de turno que traga en el instituto hasta el insulto más grosero. O esos padres, currantes de mal oficio, luchando y enseñando para que sus descendientes no sean como ellos, o al menos no tanto. La tercera clase.

El narcoestado

No sabían nada, no se enteraban de nada, no conocían los antecedentes, no eran capaces de ver dentro del corazón de los chicos de la tercera clase como yo veía. En el barrio nadie deseaba la legalización de ninguna sustancia, sería la absoluta ruina, la pobreza definitiva, ¿qué les quedaría entonces, qué harían con sus vidas?

Pobreza y miedo. Pablo Gutiérrez nos presenta una vida de lanchas, fardos y huidas de las sirenas. El reflejo del empleo básico y del horror en las palabras de cada uno de los testimonios que aparecen en La tercera clase. Todo gira en torno a esa sustancia mágica, a la dejadez de la especulación y a la realidad subjetiva, una realidad que emerge a base de golpes vitales —las desgracias, en verdad, y las pérdidas— y de monstruos íntimos.

Narrar con esa personalidad pone los pelos de punta. Leer a Pablo en esta novela es vivir en La Broa, formar parte de una comunidad en desgracia, querer salir a la superficie. Cuando pasan estas cosas, la novela te hace suyo. Te asomas a la ventana cuando cierras la última página y ves la playa, los marineros y pescadores de fardos, los cuatro bloques… Y a Guti, a Aldo; y a Mauri, y a Bento. También ves a Joaquín, a Dolores. A Dámaris. A Nico.

Y ves a Valme.

La tercera clase, de Pablo Gutiérrez. Publica La Navaja Suiza Editores